Confín 19, 20
A Diana, Angie y Cando.
Allí estaba mi Lolita, definitivamente ajada a los diecisiete años, con aquella criatura que ya soñaba en su vientre con tener éxito en la vida, hacer mucho dinero y retirarse hacia el 2020 después de Cristo.
Vladimir Nabokov
Por Camilo Suárez R.
Teníamos un periódico en la cuadra, El Hocicón.
Queríamos lo de Pepo: ser Condorito, Chuma, Huevo…
Garganta de lata a lo lejos, caricaturos ilesos.
En el camino nos superó el estruendo de leernos
más que coger un globo o tener un perro
fotocopiar las cuitas de la barra
llevó la estrofa de nuestras lidias
al coro de nuestras casas.
Mi madre conservó el último ejemplar, recuerdo
pero debió quemarlo cuando echó su vida al fuego de la política.
La pared y la muralla son papeles del canalla
lo nuestro fue y será escritura de perrerería.
En la sección de cines parodiábamos afiches
buenos dibujos y mejores créditos.
Una de las funciones fictas era la apocalíptica:
Tres días detrás de un morrito.
Reíamos del drama que guarda el quietismo
del tiempo encallado en el papel principal
y, finalmente, de la tenebrosa continuidad de lo absurdo.
La quietud es reiterante, poética por tanto.
Y el fin del mundo es poesía
aunque parezca un chiste.
¡Plop!
***
¿Cuántos de nosotros pueden gastar minutos esta tarde de pandemia pescando pasado? Pan-
demonios
es decir
todos los pobres diablos.
Y algo del lugar común
—el canto al vulgar común—
vuelve ahora como primera impresión de los prójimos durante el virus:
alienígenas domesticados de cualquier tipo.
Pues sí, le entró un virus al sistemita
damas y caballeros
a la villa, al barrio
al banco no
—miserables los que siempre ganan cuando perdemos todos—
al edificio Cronos.
Un poco como sucede en Infierno en la torre
como en Poseidón
como en Titanic
como en Aeropuerto 79
como en Pendiendo de un hilo
o como en la del avión que choca en los Andes.
Allí está el miedoso que gana coraje
el éxito desenmascarado en farsante
o en orate
la belleza
—fe de los muchachos su precariedad—
que resuelve el acertijo
el que nada pierde
y todo lo gana por un instante
el lúcido delirante
el niño que envejece
las últimas palabras
—ese juego solitario, ese vicio solitario—
el que siente apetito
y se une a los gritos en la sala
y a la supervivencia historiada que nos hereda su trama.
La política es fogosa pugna por el papel salvador, el papel moneda
(verso desvergonzamente inflamable).
***
Pero, un momento, falta
apenas vamos en los cortos.
La nevera tiene cuerda.
Los perros ladran afuera y la gente
mama gallo, canta o conversa.
Alguno rompe las filas de la prudencia
y en las escaleras nace la fiesta:
“Hay fuego en el 23, en el 23”.
Así vamos
perdidos en la cuenta.
Cayendo en la cuenta.
Baila el herrero, su jeva
el escudero, la dama, el caballero
los siervos de la gleba.
Compramos, sin iva, El séptimo sello
bailamos rotos siguiendo la negra
y el dueño del feudo decide quién entra.
***
Si seremos historia
pues seamos película de pandemia
y venga el Amor a última vista.
En el encierro de la sala
de cine, de lectura, de espera
templando la temperatura mientras la tarde resuella.
Pero sala es sala
lujo de la contingencia.
“ET, phone, home”
repitamos devotamente
estribillo en el muro, en el cuarto
en la maleta del carro donde se oye mejor la tonada traqueta.
A ver si alguien copia
y viene
y promete
y nos quita o comparte lo que quitó
para seguir prometiendo
hasta quitarnos lo que resta
lo bailado, la última gresca.
No se olvidan del plural las grandes promesas.
Metalero, gótico, pandemia
hagamos la carátula tropical de tu banda colombonoruega:
Amor a última vista
Baudelaire en la Avenida Oriental
El esplín del maíz
en la Jorge Eliecer Gaitán
allí ves a la muerte caminar
hermosa
blanquita
derecha.
Mientras Cantinflas te abraza
desfila La Oscura
su pinta tremenda
y seguimos
vendedora letanía de la carreta frutera.
Somos coro
fármaco sonoro
gótico tropical
del Parlante parroquial.
A salvo
como buenos espectadores del relato
nos preguntamos:
¿cómo será después?
¿Sabíamos, acaso, cómo era antes?
Esto es un falso remanso.
Responde el mismo río.
Vamos en rotativa, reiterados, en función continua
y el que llega, el que entra a esta luz
en poco tiempo zurcirá la tela
para rimar un final de verso como buenamente pueda.
Desde los confines del cuarto acto
del cuarto jarto.
Como Ovidio en Tomis.
Tristes
todos.
Para un miope, todo es confín.
Por eso habla en esa lengua que lo habla y no es la suya.
Lengua que otea la distancia
y se destila en quietud:
borroso horizonte que se corrige con gafas verdes.
Es la lengua silenciosa y licenciosa del que evoca.
Como la luz pensada lejos
la luz que se humilla en Tu última piel.
***
¿Y cuándo seas grande?
¿Qué quieres hacer?
Preguntó el padre hace cuarenta.
Quedarme en la casa, respondí
en piyama
como el tío Óscar.
Quiero ser como el tío Óscar.
Quieto en primera, muchacho.
Quieto ahí. Que no es charlando.
El tío Óscar está enfermo.
Pero no puede ser
y yo prendado de su visión verde
de su ligero traje a cuadros.
O, por lo menos, como el primo Carlos
que se encerró en Grecia
para ser mármol.
Quietos y transmitidos días.
Apartados.
Quietud para extender el manto de sentido
para preguntar:
¿qué se sabe?
Para recapitular y revisar
quietud para darse cuenta que lo sabido siembra
glosas.
Papá Gerardo dormía en el atrio de la iglesia
refunfuñaba desde el sombrero el cuento de su maltrato.
Cobré en gracia el asombro de llamarlo
y despertarlo del sueño amurado
para salir corriendo con los gamines amados.
Ahora él siembra el encierro destechado.
***
Estas son las noches de Alibabá y los cuarentenas,
las cuarenta noches robadas como capas a un conde.
Repite conmigo una vez más:
confín de la noche
vampisolo
sin sol ni ton
sin son
escribe tu mísera canción.
Este encierro trae la noche al día.
Encerramos la música para hacerla matutina.
Terneros escuálidos en fila.
Repasemos:
invierno de 1998, 22 grados bajo cero, 7 Saule – Marie, Marchin, Huy, Bélgica.
Anuncio de nevadas, caminos cerrados, llamado al aprovisionamiento.
En Bélgica, 1666, piedra
en piedra no te comen
lujo del confinamiento: ponerse de acuerdo para encontrarse en el fuego.
Pero no, el repaso debe ser mayor
hoy el Coronavirus
ayer el virus de la corona chapetona
hoy el de los que coronaron y no abandonan.
Paridos.
***
Si este año no se corre el Tour sería una catástrofe
dicen que dijo Rigo
Rigoberto Urán, no mi papá.
Aunque él también dice mijo.
Y dice bien Rigo, lo sería.
Porque el ciclismo es cuerda para la rotación del planeta.
De ahí que los astronautas pontifiquen hoy
estamos en órbita, hacemos contacto
pero al modo Solaris: en sueños.
Teletrabajamos en multiplataformas
allí nos vemos
descarga Dreams.
A ver, si venía bien con películas del revistero para qué meterme con la sala de lectura. Pues para buscar a Luis Alberto Álvarez en el recuerdo
y a Paul Bardel y a Pacheli y a los buenos lazarillos que nos pastorearon el primer encierro.
Ahora son millones en Netflix, millones que se toman en serie.
Ubiquémonos.
Jonás en la ballena
Ahab trás ella
leyéndolos yo.
Abriendo el espiráculo a la estela invisible del tsunami que ya pasó
y del nuevo que llega.
Voy en el Pequod
hacia confines
desde el mío
anhelando ser un tatuaje de Tasteego.
Oigo gritos en la sala
la voz deformada de Liliana pide ayuda:
“Se me salió el brazo. Ay, no me toquen”.
Se ha roto el húmero y le pondrán los tornillos que le hacen falta.
Ella ha dicho que soy un hombre de letras
pero que no sé qué hacer con ellas.
Quedará una astilla como el hueso más poético de la temporada.
Les dejo este húmero escrito, 2020
encaletado en el cajón de las medias
como carnada.
A ver si en dos o tres trasteos
—el viejo truco del manuscrito—
lo encuentran.
Mejor
lo confinaré en la pantalla
en el hiperespacio.
Cual virus troyano.
Confines.
Confinado.
Tristes.
Publio.
Ovidio.
Naso.
De Utopía a Watopía
corramos.
Macondo, Yoknapathawpa
Santamaría, Barataria
Etelconia, Balandú, Casamía
aquí estamos.
Pelaje cavernario:
canos, caros
y cuervos paisanos.
***
En el poema las palabras
—se sabe pero se olvida—
están a más de dos metros de distancia
y tapan bocas.
De ahí, en parte, la morosidad demandada para su lectura.
Y lo que, luego, calan los versos.
Hasta el hueso húmero se mandan
los muy líricos.
Cada cual en su quietud.
El poema no es un acto de habla serio
que lo diga Searle
o Austin
o cualquier jumento.
Cada cual
como a bien tenga y pueda
aterrice
—lo enseñó Montalbetti—
el helicóptero del poema.
Este, por ejemplo
vuelve a tierra haciendo mención de ambiciones y esfuerzos:
el pasto del vecino
la mujer del prójimo
el cover
el pastiche
la mímesis del veintiuno.
Pregonar a todo pulmón en la despoblada calle
tiene mucho de honesto
quien dice aguacate, aguacate
o quien canta aguacateeeeeee
renueva el pacto ambulante.
Pero el de estos días es un petitum mendicante
que rompe todo encierro palpitante:
“Tengo hambre
vengo a pedir ayuda
tengo hambre”
A todo pecho
se rompe la torre de marfil
con el trapo rojo de la lengua.
Pues bien, con un pregón artero me despido
como los que se oían en el primer encierro
en el primer verso:
colombianomundoespectadoooooor
malboroqueniluqui, malboroqueniluqui
searreglanlavamanosllavesdeagua.
Este poema es ese o ese. Es al viento.
Desde el encierro y, por tanto, incierto.
Así suena la rotación, a muero.
Vale:
El mundo se acabará
la noticia del momento
y ¿dónde la leerás?
en el Universo Centro.